Odio la nieve. Esta es mi frase del día. En realidad no la odio, es más, me resulta agradable, incluso me gusta. Pero hoy no, hoy la odio, o al menos la he odiado durante unos instantes. La he odiado a ella y a la manada de niños (no tan niños, ya estaban bien creciditos) que corrían tras de mí con un cargamento de bolas de nieve.
Iban bien equipados, equipadísimos, a bola por mano de niño, por ocho niños, lo que hace un total de dieciseis bolas, dieciseis malditas bolas de nieve cuyo único blanco era yo, y si conseguían darme en la cabeza diez puntos más. Que jodidos.
Yo, que contenta bajaba a mi clase de Psicología del desarrollo porque hoy me levanté con tiempo y no llegaría tarde, los visualicé en la acera de enfrente y tuve una visión: "malo", "algo malo va a pasar..."
Y una bola desencadenó todo, y yo que no me puedo callar empecé a maldecirlos, lo cual solo sirvió para avivar más su juego.
Imaginarme corriendo detrás de ocho "bichos" más altos que yo por mitad de la carretera. Yo, indefensa, y ellos, matándome a bolazos. Suerte que era nieve. Se lo habrán pasado chachi piruli al menos, eso sí. Ellos y todos los espectadores que alrededor había y eran testigos de la cómica situación. Yo, no tanto.
Suerte que la nieve ya se ha derretido.