8.2.10

Hoy no puedo dejar de escuchar esto:






Paz y amor, hermanos.

Cuento

Recuerdo no hace mucho, allá por el mes de junio si no me equivoco, era feliz. Si, era junio, porque ya iba haciendo calorcito pero no lo suficiente como para meterse de cabeza en la fuente en la que mojábamos nuestros pies. Y si, era feliz, y mucho. No es que ahora no lo sea, pero es que ahí era feliz con todas y cada una de sus letras. No había preocupaciones ni quebraderos de cabeza, ni responsabilidades ni inquietudes. Y no es que no estuvieran ahí, solo que hacíamos oidos sordos a todo aquello que tan mal sonaba. Viviamos en nuestra casita de chocolate, donde comíamos dulces para desayunar, comer y cenar, y como era nuestro cuento no se nos picaban los dientes. Dormíamos como marmotas y nos levantabamos a la hora que nos daba la gana. Jugabamos a soñar lo que seríamos de mayores, los preciosos muebles de nuestro pequeño apartamento (esta vez no sería de chocolate sino verdadero) y hasta la moderna ropa que le pondríamos a nuestros hijos. Un poco materialistas quizas, pero que más da, era nuestro cuento. Las tardes se pasaban rápidas entre horas de amor mas cariño mas sexo mas más amor. Sacabamos todo nuestro Ello, solo había deseos hechos realidad. Claro está que tampoco pedíamos todo el oro del mundo. Con poco nos conformabamos. Todo era perfecto, rozando casi lo idílico. Que cuento más maravilloso, solo quiero volver a esa fuente, en aquella tarde de junio...