29.6.12


En uno de mis cumpleaños, creo que fue el del 95, un niño me regaló un juego de construir piezas con una especie de llaves inglesas, martillos, tornillos y demás instrumentos de esos, de plástico claro. Jaime se llamaba. Jaime tenía el pelo a tazón color rubio -imaginaos a Tommy, el hermano pequeño de Ken-. Bien, pues no me gustó nada su regalo, y cuando una es pequeña expresa sus emociones a modo de expresiones, faciales sobre todo. Pues mis expresiones faciales no fueron las mejores y le devolví el regalo y le dije que no lo quería -ahora me da muchísima lástima, lo juro-. Jaime se puso súper triste y hasta creo que le hice llorar. Al día siguiente, mis padres me hicieron comprender que, a veces, tenemos que inhibir nuestras expresiones espontáneas a pesar de lo que podamos pensar o sentir, y reemplazarlas por una expresión más adecuada a la situación, que el sentimiento y la expresión pueden ser contradictorios y que el sentimiento aún permanecerá aunque mostremos otra expresión. Me lo dijeron con otras palabras, obviosly. Llamé a Jaime y me disculpé sintiendo una grandísima vergüenza. Es un buen escarmiento y nunca se me olvidará.

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Por cierto, estoy sin facebook y creo que me va a dar argo.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

me encantan las cosas que escribes!!
un besito enorme Sara, soy Manu,un amigo tuyo de tuenti=)
Espero que vaya genial.

Cuatrojos dijo...

sin duda Te sigo!